El proyecto educativo de fines del siglo XIX en la Argentina

El alcance nacional del sistema educativo suscitó mucho debate. Sus foros fueron el Congreso Pedagógico Internacional de 1882 y las discusiones acerca de los proyectos para una ley de educación que dieron lugar a la Ley 1420. 


El Normalismo y la Ley Nacional de Educación 


Alumnas del Magisterio. Fines del S.XIX, comienzos del S.XX

El proyecto educativo de fines del siglo XIX se debe, en gran parte, a Sarmiento, ya que consideró que el progreso y la civilización estaban vinculados a la educación, de modo que la infancia se convirtió en destinataria de un discurso que la proyectaba como generación futura y artífice de un nuevo orden, a partir de la intervención político-cultural de la educación.

Las ideas sarmientinas se concretaron a partir de 1870 cuando se crearon escuelas normales que iniciaron la formación de maestros bajo la dirección de pedagogas norteamericanas. Distribuidas entre la Capital y varias provincias, forjaron la “cultura del Normalismo”, que intentaba transmitir la historia y el modelo oficial. 

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)
También se abrieron escuelas primarias que impartieron la enseñanza de la lectoescritura para criollos e hijos de inmigrantes, de tal manera que la escuela fue posibilitando la integración social, la incorporación de la lengua y sus costumbres y, especialmente, posibilitó poder compartir un sentimiento patriótico. 

La educación fue el principal instrumento para implementar el modelo de país que planeaba la Generación del ‘80, por lo tanto en 1881, para poder cumplir con tales objetivos, se estableció el Consejo Nacional de Educación cuyo primer presidente fue Domingo Faustino Sarmiento.

La Ley 1420 estableció la enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica, y también reconocía la importancia de las bibliotecas populares, que aconsejaba promover como organismos complementarios del sistema de instrucción pública.

La escuela de 1880
En ese contexto de mutación cultural, social y política, agudizado por una inmigración masiva y la conformación de nuevos núcleos familiares, la escolarización operó no sólo como factor de homogeneización de las identidades de las nuevas generaciones sino también como medio de socialización de las generaciones adultas. 


La pedagogía argentina, reflejo de la educación europea 

La escuela, constructora de modernidad 

La expansión de la escuela como forma educativa hegemónica significó un profundo cambio pedagógico y social que acompañó el pasaje del siglo XIX al XX. 

El “cómo enseñar” se transformó en el objeto de una nueva disciplina: la “Pedagogía”. La educación pasó a ser un “problema de Estado” y el sistema educativo se convirtió en una vía de ascenso social y de legitimación de las desigualdades.
El modelo educativo positivista

La mirada positivista abonó un método pedagógico-científico que se incorporó a la jerga escolar como la búsqueda de la “receta”, de modo que la idea de la experimentación y la investigación, promovidas como estrategias pedagógicas, se convirtieron en una repetición mecánica de los alumnos de los pasos científicos para llegar a los fines y los resultados predeterminados. 



La educación argentina: el debate nacional 

A partir de la década del '80 la educación argentina se vio influida por las políticas de Estado con miras al progreso y la modernidad de estilo europeo, así que era necesario debatir acerca del diseño del sistema escolar, de la capacidad de inclusión de la infancia de distintos sectores sociales y de la Pedagogía como nuevo saber, que a la vez generó la profesionalización de la enseñanza y dotó de recursos a la identidad del maestro, proveyó de contenidos a la construcción de la identidad del alumno y dio forma a un modelo de identificación. Esta identidad brindaba una mirada político-pedagógica del niño, en la cual la producción teórica del normalismo argentino resultó fundamental. 

Los palacios educativos para la expansión del modelo de fines del siglo XIX

El sistema educativo buscaba integrar disciplinadamente a los sectores populares y formar a los grupos gobernantes, en una lógica moderna heredada de la Ilustración y el Liberalismo. Entre 1880 y 1910 la vida en las aulas se transformó en el marco de la expansión del sistema educativo. Tres fenómenos concretos contribuyeron a ese proceso de cambio: la creciente regulación de la actividad escolar, los nuevos paradigmas pedagógicos y los cambios en los espacios educativos.


Fachada de la escuela José M. Estrada (Catedral al norte)1860
La difusión de la Pedagogía y la Didáctica, junto con la formación de maestros normales, cambió las prácticas. La reflexión sobre el proceso de aprendizaje, los métodos educativos y las técnicas de estudio fueron parte de la formación docente y de las conferencias pedagógicas, cuyas ideas se difundieron en libros, revistas y en ámbitos escolares.  

Al igual que en Europa, los argumentos pedagógicos respecto del estatus del niño establecían un vínculo jerárquico y de subordinación al adulto en el espacio de la escuela, como manera de legitimar la autoridad del maestro en la sociedad. La educación, instrumentada como domesticación, debía anular los rasgos distintivos de los niños y evitar la seducción del “mal”. 

Sarmiento pretendía que a través de la educación pública se constituyeran nuevos sujetos que respondiesen al pretendido modelo que aspiraban construir. De ahí la importancia del rol del maestro, que tenía por tarea lograr la homogeneización social mediante la transmisión de la cultura letrada, y la lectura y la escritura eran los únicos vehículos para vivir en una sociedad más democrática y civilizada. 

La escolarización de la población infantil suponía sentar las bases para constituir una sociedad nacional conformada por los hijos argentinos de la inmigración, en tiempos en que la sociedad civil aún era heterogénea.
La homogeneización social a través del modelo educativo tradicional

Por otra parte, a tono con los ideales del “Risorgimento”, se llevaron a cabo experiencias escolares de enseñanza básica de la lectura y la escritura, orientados a la patria de origen, pero Sarmiento descalificó las escuelas particulares a cargo de las colectividades inmigrantes, ya que representaba el peligro de "educar italianamente" y eso podría ser una amenaza para la construcción de una sociedad nacional. Razón por la cual se buscaba combatir las opciones educativas autónomas que la comunidad italiana diseñaba para sus descendientes por medio de la integración de las culturas, a fin de sofocar la idiosincrasia de estos grupos y lograr la homogeneización social. 

El arte de enseñar consistía en convertir la naturaleza infantil en una naturaleza moldeada. Un maestro debía ser modelo de identificación absoluta enseñando con la pedagogía del ejemplo: ser generosos, estar entregados al servicio de la educación, ser capaces de desarrollar su inteligencia, tener una amplia instrucción y una cultura estética. 

Balances y renovación del sistema educativo 

El alineamiento en la disciplina corporal
A partir de 1910 comienzan a surgir las críticas al sistema educativo, lo que devendrá en su renovación mediante otras alternativas pedagógicas acorde con los tiempos. Y el primero de los balances críticos lo llevó adelante José María Ramos Mejía, presidente del Consejo Nacional de Educación, cuando planteó que las escuelas argentinas no cumplían con su tarea de garantizar la integración de las masas inmigrantes a la cultura nacional. Propuso un programa de acción más riguroso, en el que primó una concepción de la identidad nacional homogeneizadora.

En las primeras décadas del siglo XX la “escuela nueva” comenzó a tener enorme impacto en los ambientes educativos argentinos. Esta corriente pedagógica fue un conjunto variado de ideas y posiciones, cuyo factor común fue la renovación de las prácticas en el aula y en la escuela. Sus planteos centrales concebían al niño como centro del proceso de aprendizaje y promulgaban la democratización de la escuela y de la relación maestro-alumno. 


Los textos escolares 

La integración de culturas diferentes es la característica distintiva de la cultura propia, que se fue construyendo a través de la historia con la educación y el abordaje de diversas lecturas que llegaban de Europa. De manera que no resulta extraño que los textos para niños cumplieran los mismos objetivos que los europeos: educar, instruir, más que entretener y divertir, aleccionar según parámetros morales y nacionalistas, aunque carecieran de calidad literaria. 
Pablo A. Pizzurno. 3er. Libro
Siendo superintendente de escuelas en 1879, Sarmiento había impulsado la adopción de una lista de libros dentro de la cual podían elegir los maestros. Hacia 1880 no se buscaba asegurar la libertad de creatividad y fantasía infantil, sino brindar a los niños instrumentos capaces de guiar sus propias conductas. Es así que los libros de la época eran destinados a las lecturas escolares con la intención de dejar una enseñanza aleccionadora. 

Si bien los criterios fueron cambiando, en 1886 el Consejo Nacional de Educación comenzó a implementar controles sobre los libros de lectura y de texto; los editados en el extranjero fueron reemplazándose lentamente por los impresos en la Argentina y hacia 1900 eran casi inexistentes. La mayoría de los nuevos libros fueron escritos por maestros pertenecientes a las primeras generaciones de egresados. Las lecturas debían basarse en palabras familiares, estar acompañadas de láminas representativas; las lecciones tenían que graduar la complejidad y provocar la atención y el interés de los niños. 

Pizzurno. Progresa. 1er.grado.
Este fue el criterio que predominó en El nene, de Andrés Ferreyra y en los libros de Pablo Pizzurno, en los cuales las experiencias de vida eran la base para asociar el pensamiento y la palabra. Por otra parte los textos incursionan en temas relacionados con la higiene, al alcoholismo, el tabaco, la alimentación, ya que se pensaba que servían de formación para la familia. Además se incluyen lecturas en las que predomina el consejo acerca de los buenos hábitos y recomendaciones morales.

Las cartillas escolares utilizadas por 1910, seguidas por los textos de El libro del escolar, de Pablo A. Pizzurno, corresponden al período denominado “pedagogía normalizadora”. Pertenecen a la etapa ideológica positivista e imbuida del liberalismo de cuño sarmientino. 


La literatura oral y escrita a fines del siglo XIX 

Durante el siglo XIX- como ya fue expresado- los libros que leían los chicos eran textos didácticos extranjeros, pero si nos referimos a la literatura nacional, los libros más aconsejables eran las compilaciones de fábulas que impartían patrones de conducta y buenas costumbres. 
Pablo A. Pizzurno. Prosigue.  

La infancia decimonónica creció al amparo de las recopilaciones de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault, las fábulas de La Fontaine y los libros de lectura de Tolstoi. Abundaban en esta época los libros ilustrados, las enciclopedias y la literatura de ficción extranjera, traducida para que las historias pudieran estar al alcance de los pequeños lectores. Su desarrollo iba al ritmo de la divulgación de la investigación científica y la reflexión pedagógica. 

Por otro lado la identidad nacional se iba nutriendo de mitos y leyendas, de relatos vivos de las comunidades indígenas, en los que se transmitía toda la sabiduría, la imaginación y la riqueza de su cultura. Poesías, canciones e historias tradicionales, a modo de cuentos de hadas criollos, reflejaban en su trama el sincretismo y mestizaje de los pueblos.

Los libros eran el medio más poderoso para difundir enseñanzas útiles y necesarias para la formación de un modelo de mujer. Si se toma como ejemplo El tesoro de las niñas (1869) de José Bernardo Suárez, el objetivo es la exaltación de la virtud, el cumplimiento de todos los deberes correspondientes a su género: ser serviciales, hacendosas, caritativas, sumisas, tiernas, delicadas y candorosas.
Está claro que la pedagogía positivista se interesaba por disciplinar y modelar a la infancia, por lo tanto no les interesaba que los niños desarrollaran la creatividad y la fantasía. Buscaban la formación de un sujeto acorde a una sociedad que apuntase al progreso y la cultura, a imagen y semejanza de los valores europeos. 


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